Durante el camino hay momentos en que sabemos que hemos logrado algo bonito, algo deseado, incluso algo soñado. Hoy estoy viviendo justo uno de esos momentos. Una podría esperar sentir algo parecido a una especie de alegría infinita, cómo si de llegar a la meta se tratase; un lugar dónde ya no hace falta seguir corriendo y poderse tumbar en el suelo a descansar los músculos despues de la carrera. La verdad es que no es así, no hay meta, tan solo se trata de una pausa para tomar aire fresco. Hay logro y también alegría, pero sobretodo supone un recordatorio de que merece la pena la ruta elegida. Reconocer y celebrar los momentos del caminar me parece de vital importancia. Celebrarlo en solitario, sabiendo internamente aquello que se ha ha conseguido, pero muy especialmente celebrarlo con aquellos que se sienten incluso más alegres que una misma, con los queridos, los que caminan a tu lado.
Siempre me han gustado los rituales, marcan hitos en la vida, ya sean pequeños gestos o grandes celebracions. Sellan, de alguna forma, algo que pasó. Dotan al recuerdo de una magia especial. Esta semana he celebrado uno de estos rituales en motivo de una exposición de ilustraciones y la publicación del libro ZöN, en un pequeño espacio con sabor a infancia. Cuando iba de camino al lugar de encuentro, con el pastel casero en la mano, reflexionaba en lo que realmente estaba celebrando y la importancia de compartirlo. Celebré todos los intentos fallidos, las caídas, las reinvenciones y las apuestas que hice para llegar hasta aquí. Celebré lo caminado y lo por caminar. Celebré agradecida, un momento bonito de la vida.
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